iñedos en regiones no tradicionales, nuevas cepas y envases disruptivos. Un análisis de los cambios que atraviesa el sector vitivinícola nacional.
De acuerdo a un reporte del Instituto Nacional de Vitivinicultura, el malbec es la uva más plantada de la Argentina con casi 45.000 hectáreas. La siguen en superficie cultivada la bonarda, el cabernet sauvignon y el syrah, en ese orden.
Sin embargo, fueron varias las bodegas que “rompieron los moldes” en los últimos años y apostaron a cepas pocos tradicionales, como riesling, gewürztraminer, marsanne, roussanne, tannat, sangiovese, barbera, garnacha, petit manseng, petit verdot, pinot gris, caladoc, albariño ancellotta y cabernet franc.
Las bodegas aseguran que el consumidor en general y el público joven en particular se muestra positivo y dispuesto a probar otras variedades.
Desde Salta hasta la Patagonia, la Argentina cuenta con potencial para elaborar una gran variedad de vinos gracias a su diversidad de climas. Si bien Mendoza logró consolidarse como la principal provincia de cultivo y elaboración de vinos del país, otras regiones y microrregiones han desarrollado algún tipo de actividad vitivinícola en los últimos años. Tal es el caso del Valle de Pedernal, en San Juan; el departamento de Sarmiento, en Chubut; Chapadmalal, en la provincia de Buenos Aires; y los Valles Calchaquíes, en Salta.
Las bodegas también se animan a innovar y ofrecen distintos formatos para acercar aún más el vino a los consumidores. En este sentido, la tapa a rosca ya logró ganarse un lugar gracias a su practicidad. Además, es un insumo más económico para las bodegas que evita el traslado de problemas asociados al corcho a las botellas.
Por otro lado, el vino en lata se convirtió en todo un fenómeno que atrae a nuevos consumidores. Se trata de un nuevo tipo de formato portable que permite un consumo individual y formal. Además, su capacidad de reciclaje encaja perfectamente con la conciencia ambiental de los amantes del vino.